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Miedo al contagio y el dolor innecesario.

Ph.D Patricia Castillo Gallardo

Psicoanalista y directora de Clinicapsi.cl

El miedo y el dolor son afectos que se encuentran en profunda relación con la vida y su fragilidad. Son señales inequívocas de que la vida existe y es precaria. Es por ello que, más aún en este escenario de pandemia, no es posible dejar de lado totalmente el miedo y el dolor. Sin embargo, no todo miedo es justo y ni todo dolor necesario, ni tolerable. El uso ideológico de nuestros afectos tiene una larga trayectoria en la humanidad y, en esta coyuntura, no podemos dejar que pase inadvertido. Más aún si ese uso da espacio para que se propaguen los discursos que estigmatizan y justifican la crueldad.

Estamos inundados de medidas sanitarias que nos enseñan a lavarnos las manos, a desinfectar nuestra ropa y hasta cómo dejar los alimentos para evitar cualquier contacto con este virus que se cierne contra nosotros como destino inevitable e inmisericordioso. A la vez se nos dice que el 70% de la población se contagiará, de cualquier manera, con lo cual se contradice la finalidad educativa de la transmisión obsesiva de estas medidas preventivas. Algo así como un fatalismo prevenido: me lavo las manos aunque sé que me contagiaré de todas formas, solo estoy retrasando lo inevitable.

“Hoy ha fallecido mi tía. Pilló #COVID19 en el funeral de mi tío. Recién enviudada y sin tiempo de pasar el luto la ingresan a la semana, aislada sin poder ver a sus hijos y nietos, muere dos semanas y media después. Una mujer buena, que se desvivía por sus hijos. Murió sola…” (twitter)

Como si esa marca de incertidumbre no fuera suficiente, asistimos a un conteo diario internacional de contagiados, aislados, hospitalizados y muertos y un bombardeo comunicacional constante con las medidas que toma uno u otro Estado, municipio, distrito o pueblo, todas medidas cuestionadas y tachadas de ineficientes. Todas medidas que dan cuenta de la impotencia de cualquier padre o madre Estado para la protección de los sufren.

Murió sola, aislada y nadie pudo hacer nada para que su partida no fuera en medio de una terrible soledad” (twitter)

Esta información condensada y caótica denuncia una y otra vez lo mismo: la desigualdad inmensa de la que es víctima toda la humanidad. Sistemas sanitarios y sociales diezmados por el neoliberalismo, incapaces de afrontar la fragilidad física que puede provocar una neumonía, incapaces de cubrir quince días sin trabajar, incapaces de revertir el modo pronográfico de ganancia de unos pocos para repartirla entre quienes más la necesitan. 

“Isabel, la médica rural con 1.300 pacientes a su cargo que murió sola y aislada por Covid-19 en Salamanca” (twitter)

Sin embargo, ante el desnudamiento obsceno de la concentración criminal de la riqueza. La responsabilidad retorna al individuo, quizás como modo de hacer algo con la culpa de haber creído/participado/tomado parte en este modelo o, peor aún, por mera necesidad de salvar al Dios del capitalismo. La-culpa-es-nuestra-porque-no-nos-cuidamos.  En esa escena, los medios de comunicación y la propia gente insiste en repetir: “Cuidate, no salgas”, “Si supieras cuantos ventiladores mecánicos hay en tu ciudad ni saldrias a la calle”, “Quédate en la casa”, etc. Todos mensajes en los que el cuidar al otro consiste en evitar a toda costa el contagio. Y la única forma de evitar el contagio, al parecer, es evitar al otro o peor aún DENUNCIAR AL OTRO

“Ayer tarde murió una sobrina de mi mujer con 23 años, hoy en el tanatorio sin nadie, sin su madre, sin sus abuelos, sola” (twitter)

La dureza de este mandato, crece a cada minuto y pronto se transforma en la autorización de medidas represivas y de control estatal cada vez más sofisticados. Y así pasamos del Estado de sitio, al control informático de los trayectos e interacciones.

Pese a la implementación de estas medidas, la gente se sigue contagiando y muchos siguen muriendo. 

“Mi madre murió el martes por Covid-19. Mi padre sólo pudo verla para reconocer el cadáver. No pudimos abrazarnos por miedo a contagio. Ya no volvimos a ver a mi madre y mi padre está sufriendo por el duelo, solo en su casa y aislado en cuarentena durante 15 días”. (twitter)

Pocos parecen darse cuenta de los efectos subjetivos terribles de esta salida. Los mensajes aparecen en redes sociales, como botellas en el mar, sin que muchos perciban el modo en que esto dolorosamente se inscribe en los cuerpos que sufren. El miedo al contagio propagado por los medios, y amplificado por las redes sociales, nublan esa capacidad humana de con-dolerse con la crueldad innecesaria y en los estragos psicológicos que dicha crueldad está provocando en miles de seres humanos.

“Si tu mamá da positivo de COVID-19, la aíslan, no hay horario de visita, no creas que la vas a cuidar tu. Si se recupera vuelve, y si no, no la vuelves a ver, no te dejan velarla, solo te avisan que murió y ellos se encargan de deshacer el cuerpo, la creman y adiós”. (twitter)

El dolor, como dice Nasio, es la última fortaleza psíquica ante la locura. Los psicoanalistas sabemos que esa defensa necesita un lugar para sostenerse, un lugar para que el yo grite, llore y hable de eso que arde en un lugar muy recóndito. Ese lugar se constituye a partir de la transferencia y en ella no podemos hacer otra cosa que ser débiles juntos. También sabemos que la muerte de un/a amada/o no es lo único que provoca dolor, también lo hace el abandono, la humillación, la mutilación, etc. Todas cosas que están ocurriendo en este mismo momento a causa de la pandemia. Se están perdiendo personas, se está acabando una forma de vivir y se está cargando, absurdamente, con la responsabilidad de ello de un modo individual.

  “El Covid-19 está haciendo mucho más daño a los que se quedan que a los que se van, en España tenemos la costumbre de velar a nuestros muertos y ahora ni eso.”(twitter)

Nosotros sabemos que ante el miedo al contagio las personas entregaran el poquito de confianza que les queda al saber médico y al hacer político y sabemos, de muy buena fuente, que ambos saberes no siempre están pensando en estas cosas y ello, históricamente, ha autorizado a ambos discursos a utilizar el miedo y producir muchísimo dolor innecesario a la hora de resolver “los problemas de la salud”. Es por ello, que somos nosotros, los que aún podemos recibir las botellas con mensajes, los que debemos advertir respecto a estas cosas e insistir en la necesidad de buscar formas para que los adoloridos no estén solos pues necesitan cobijo, así como de un espacio digno para despedirse de los que aman y de recibir el abrazo de la comunidad a la que pertenecen. 

Ahora probablemente les parezca banal lo que les digo, pues solo quieren no contagiarse, pero creanme que lo que se está muriendo, en este momento, con estas medidas, es mucho más que una persona con COVID 19 y que ser parte de la humanidad supone velar por el derecho al duelo público de lo perdido.

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